
Por Mariella José.
50 años cuando eres una niña parecen una eternidad y cuando llegas ahí, en ese punto del camino se sienten como un suspiro. En el marco de la celebración de mi mitad de siglo me siento más vibrante y despierta que nunca. El llegar ha sido un camino lleno de retos, que en ocasiones se ha sentido como una montaña rusa con subidas para luego sentir que vas en caída libre.
Como todas las mujeres que nacimos en México en los setenta, crecí en un esquema controlado por el gobierno, por los hombres y por las telenovelas. Las mujeres arquetípicas de la época personificadas por las villanas que siempre eran las inteligentes, ricas y se salían con la suya, y las protagonistas que siempre eran las buenas, pobres que se enamoraban de los amores imposibles con malas suegras y todo en contra.
Podemos pensar que eso solo eran historias tele novelescas, pero por supuesto que influyeron en los esquemas familiares y en los arquetipos sociales.
De tal suerte que cuando llegamos a los veintes creíamos que nuestros caminos eran conseguir un buen partido, casarte y adaptarte al esquema de que el hombre siempre es el que elige primero y que debes dejar tus sueños en el último lugar de la fila.
Las historias de nuestras abuelas y nuestras madres siempre fueron evaluadas y valoradas según el nivel de sacrificio. Siempre dar sin descanso y la mujer que se atrevía a tener la osadía de enfrentarse al mundo a vivir los sueños siempre fue etiquetada y señalada.
Las cosas han cambiado gracias a esas mujeres que nos han precedido y que han tenido la audacia de seguir la voz de su alma. Todas tenemos una historia que contar. La mía es como la de muchas mujeres, en las que tratamos de someternos al sistema y que al paso de los años y de ir adquiriendo poder personal nos animamos a elegirnos a nosotras y romper nuestras propias creencias para poder así vernos y apreciarnos.
La ruptura siempre comienza con una serie de eventos que llegan como un huracán implacable que nos tumba, nos desgarra y nos deja indefensas en su momento. Las decepciones amorosas, las pérdidas de las personas que amamos, los sueños rotos…
Estas rupturas nos confrontan con todos nuestros miedos y la vida nos va llevando de manera sincronizada a encontrar las herramientas de supervivencia. Hace 8 años a mí la vida me retó perdiendo a mi padre que era mi seguridad y a un matrimonio de muchos años. Me sentí en un abismo y toqué fondo, dando tumbos por un tiempo queriendo reparar lo que era imposible. Pero como el principio de Arquímedes, siempre la única opción es volver a salir a flote. Dios siempre se encarga de nosotros y los va enviando a todos sus ángeles que están representados por la familia, los amigos, los colegas de trabajo, y nos va dando los recursos que necesitamos para re construirnos y re significarnos. En un momento cuando me vi derrotada me solté en los brazos de Dios, y elegí confiar en que si todos esos cambios se estaban dando era porque me esperaba algo mucho mejor por vivir y que debía cambiar mis creencias primero sobre mí misma. Comencé a cambiar mis lecturas, mis hábitos, abracé mis miedos y limitaciones para entonces voltear a verme y conocer a mi alma, escuchar mis anhelos y empezar a fortalecerme dejando ir todo lo que me impedía atreverme a ser yo.
Comencé a meditar, a correr, a orar más, a pasar más tiempo conmigo lidiando con la ansiedad de la soledad, hasta que esta empezó a convertirse en citas conmigo misma y un disfrute de comenzar a cumplir mis propias expectativas y no las de los demás. El tiempo conmigo me dio fortaleza y me ayudó a ser la cabeza de mi familia, seguir mejorando en mi ámbito profesional y a ser un alma libre. La libertad no es un estado civil o una situación de pareja, es atreverte a ser tú. Es dejar que tu alma se rebele y se exprese. Que la escuches y que te atrevas a re diseñarte y darte cuenta que cada día es una gran oportunidad de re iniciar y serte fiel buscando tu felicidad.
Mi proceso de revelación comenzó con la visita de un colibrí en un rosal de la casa de mi mamá con quien me refugié una semana hace 8 años y que estuvo esperando 5 días a la misma hora en la regresaba de trabajar. Yo sentí que era mi papá manifestándome que no estaba sola y que todo iría mejor. En lo sucesivo empecé a encontrarme colibríes en todos lados, y los empecé a amar ya que me daban esperanza y ánimo. Siempre aparecían de manera misteriosa a veces en los lugares menos esperados. Empecé a dibujarlos a lápiz y a conectarlos con las emociones y experiencias que yo iba teniendo. Un 5 de mayo del 2022, estaba yo en mi terraza pensando en que hacer en un momento complicado y un colibrí llegó y se acercó a mí tan cerca que pude ver sus ojitos diminutos por algunos segundos. Ahí decidí que por ahí era por donde quería ir. Inició un recorrido de expresión artística y visualización de un gran sueño con colores formas y símbolos todos plasmados en colibríes. Mi alma se despertó y sentí vibrar más que nunca en cada pincelada. Fui soñando e ideando el proyecto e imaginando formas, escenarios y poco a poco y con miedo fui dando pasos. Así se gestó Humming Spirit, (espíritu vibrante) que hoy en día es un proyecto hecho realidad y que tiene como propósito la manifestación del arte con mensajes de transformación espiritual para inspirar al atrevernos a ser libres, conectarnos con nuestra parte divina, amar nuestras raíces, ser felices, apreciar nuestros talentos, re inventarnos, evolucionar, trascender y darnos cuenta que tenemos posibilidades infinitas. Me motiva compartir con otras mujeres que sí se puede salir de los esquemas, que no importa lo difícil que parezca el camino, que podemos salir del maltrato, puedes emprender tus sueños, que podemos reconstruirnos y sanar, que somos capaces de todo porque nuestra naturaleza es resiliente. Deja que tu alma se rebele, que su luz ilumine un nuevo universo para ti y para los demás.