
Fotografía: Redacción PTN
Roma — En una jornada marcada por la reverencia y el tributo, el féretro abierto del Papa Francisco fue trasladado este lunes desde la Capilla de Santa Marta hasta la Basílica de San Pedro, en una procesión que reunió a miles de fieles, autoridades e integrantes del Vaticano. Bajo la escolta de la Guardia Suiza y cargado por los ‘sediarios’ pontificios, el ataúd fue llevado a hombros a través de las históricas calles de la Ciudad del Vaticano, en un acto que simboliza la continuidad y la esperanza que deja el pontífice en la comunidad católica mundial.
El recorrido comenzó a las 9:00 hora local (2:00 en Ciudad de México), atravesando la plaza de Santa Marta, la plaza de los Protomártires Romanos, y pasadizo por el Arco de las Campanas, antes de desembocar en la majestuosa Plaza de San Pedro. La procesión avanzó lentamente, con el silencio devoto de miles de testigos, y fue escoltada en todo momento por cardenales y asistentes cercanos al Papa, quienes rindieron homenaje al líder espiritual en su paso hacia la basílica.
Una vez en el interior de la basílica, el féretro fue cuidadosamente colocado frente al altar de la Confesión, ante el imponente baldaquino diseñado por Gian Lorenzo Bernini, en un acto lleno de simbolismo y recogimiento. Allí, en un momento que fusiona tradición y emoción, el cardenal camarlengo Kevin Farrell roció agua bendita sobre los restos, un acto que representa la purificación y la esperanza en la vida eterna.
Especialistas y fieles de todo el mundo siguieron en vivo este rito desde distintos puntos de la Plaza de San Pedro y desde la terraza ‘Braccio di Carlomagno’, donde la multitud congregada aguardaba con expectativa poder despedir al Papa en las próximas horas. La solemnidad continúa en el interior de la basílica, donde obispos, cardenales y empleados vaticanos se preparan para celebrar la liturgia de la Palabra, un acto que ratifica la fe y la continuidad de una iglesia en duelo pero también en espera de un nuevo mensaje de esperanza.
Las heridas del Vaticano se mezclan con la serenidad de una comunidad que rindió tributo a uno de sus principales guías espirituales, en un momento que quedará marcado en la historia de la Iglesia y del mundo.