
El periodismo deportivo atraviesa uno de sus momentos más bajos. Lo que alguna vez fue una labor noble de análisis, narración y contexto, hoy ha sido reemplazado en muchos casos por chismes, ofensas y una necesidad desesperada de generar rating.
En la búsqueda de minutos de audiencia, algunos medios han dejado de lado la veracidad, la ética y el respeto. Hoy se premia al que grita más fuerte, no al que investiga mejor. Se viraliza la polémica fabricada, no el contenido reflexivo.
El periodista deportivo tenía y debe seguir teniendo un papel fundamental: educar al aficionado, explicar el juego, narrar las historias humanas que hay detrás del deporte, y hacerlo con respeto, criterio y compromiso.
La pasión del deporte merece mucho más que gritos, burlas y titulares vacíos. El periodismo deportivo no puede ser un circo. Debe volver a ser una fuente de conocimiento, emoción y respeto por el juego y sus protagonistas.